Jenny Johnson, miembro de la Junta Directiva y voluntaria
Los niños entran en la sala de la escuela primaria, donde hemos distribuido los libros en varias mesas. La emoción es increíble cuando escudriñan la gran variedad, cogen libros, devuelven algunos, eligen otros. Todos sonríen entusiasmados y hablan en voz alta entre ellos sobre sus posibles selecciones. Me deleito con esta escena.
Al cabo de un rato, veo a un niño sentado solo, agarrado a su libro. Lo sostiene y se mece suavemente. Me acerco y le pregunto si se encuentra bien. Me mira con los ojos muy abiertos y me dice: "¡Estoy TAN FELIZ! Amo los libros más que a nada en el mundo, ¡y nunca he tenido uno para mí solo!". Se me derrite el corazón. Intento mantener la compostura. Le pregunto si tiene hermanos. Me responde que tiene uno de cada. Le ofrezco que vaya a elegir un libro para cada uno. Duda, pero vuelve a las mesas.
El niño delibera eternamente, pero me encanta ver el proceso. Por fin elige algo especial para sus hermanos. Luego vuelve hacia mí, con cara de consternación. "¿Puedo hacerle una pregunta?", dice lentamente. "Si mis hermanos aún no han llegado a Carolina del Norte, ¿puedo guardarles estos libros? Le prometo que los cuidaré bien hasta que lleguen, y a los dos les gustan los libros tanto como a mí. Será el mejor regalo que puedan recibir".
Llevo siempre conmigo la imagen de este niño. ¿Quién podría decir que no a un niño que pide libros? ¿Quién?