Por Hannah Brennan, becaria, verano de 2013
Una avalancha de niños entra en la biblioteca, con mesas repletas de libros de todas las formas y colores. Los niños estaban llenos de energía y prácticamente rebotaban por las paredes mientras cogían sus mochilas verdes y corrían hacia las montañas de libros. Algunos cogen inmediatamente un montón de libros, mientras que otros saben exactamente lo que quieren y empiezan a rebuscar ese libro que tienen que tener. Me fijé en una niña que estaba de pie a un lado sujetando su mochila, aturdida y confundida por la masa de libros y los exuberantes niños de 2º curso.
Me acerqué a ella y le pregunté qué tipo de libros le gustaba leer, con la esperanza de desenterrar una pasión oculta que simplemente era demasiado tímida para proclamar como los otros niños entusiastas. Como respuesta, se limitó a encogerse de hombros y poner cara de desolación. Decidí darle algunas sugerencias; muchas niñas se enganchan al primer libro de princesas o perritos que les enseñas y a partir de ahí cogen impulso.
Esta niña era diferente: ningún libro de perritos, princesas, camiones, hadas, ciencia o acción la satisfacía. Yo rebuscaba en las cajas y cogía libros que me parecían estupendos; personalmente, me habría encantado sentarme allí y leerlos todos, pero esta niña negaba con la cabeza ante cada libro.
Después de lo que me pareció revisar todos y cada uno de los libros de nuestras cajas repletas de miles de libros, por fin cogí un libro sobre un remolcador, desesperada por encontrar algo que pudiera gustarle y que yo no hubiera intentado antes. Se detuvo un momento, hojeó algunas páginas y aceptó coger un libro. Ahora sólo había que conseguirle nueve más.
Cuando por fin terminé de encontrarle diez libros que pudiera leer y disfrutar, con la ayuda de varios otros internos y voluntarios, la envié a reunirse con su clase en la alfombra. Estaba cansada y un poco disgustada; esta niña había sido especialmente difícil y había rechazado algunos de mis libros favoritos que le había buscado. Cuando me di la vuelta para buscar a otro niño al que ayudar, me dio un golpecito en la pierna, me dijo "gracias" y me abrazó con fuerza. Todos los pensamientos de cansancio o descontento con lo que estaba haciendo desaparecieron de mi mente al instante. Había conseguido que esta niña se emocionara con los libros nuevos y eso era lo único que importaba. Me alegró el día y me ayudó a darme cuenta de que todo lo que hacemos merece la pena, porque se trata de entusiasmar a los niños con la lectura y, con un poco de suerte, darles un futuro mejor.