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Benay Hicks

Cuando los libros son más numerosos que los platos y los juguetes

por Ginger Young, Director Ejecutivo

Cada vez resulta más difícil escribir nuestra entrada semanal en el blog, ya que las noticias más allá de Book Harvest son cada vez más caóticas y preocupantes este otoño. Soy muy consciente de la desconexión que supone escribir sobre niños que leen en un rincón acogedor de la casa mientras ésta, metafóricamente, está envuelta en llamas.

Y sin embargo: Este es precisamente el momento en que debemos reunir nuestra determinación para no distraernos, seguir avanzando en el trabajo que nos corresponde y compartir nuestras historias. A largo plazo, nuestro éxito en la realización de nuestra visión - un mundo en el que la lectura, el aprendizaje y el acceso a la información sean derechos, no privilegios, para que todos los niños prosperen - es una pequeña parte de la realización de una realidad nueva y mejor para todos los niños, un mundo que está inquietante e inaceptablemente fuera del alcance de muchísimos.

Así pues -y quizás esto pueda servir de bálsamo contra el trauma colectivo de nuestros días para cualquiera que lea esto- quiero compartir un momento mágico que viví ayer.

Cada semana, hago arte con una amiga de Zoom. Tiene cinco años. El tiempo que pasamos juntas es, sin lugar a dudas, lo mejor de mi semana, un salvavidas de vibrante conectividad en esta época de asombroso aislamiento.

De vez en cuando, mi joven amiga me pregunta si puede leerme un cuento al final de nuestra sesión de arte. Por supuesto, estoy encantada cuando quiere hacerlo, y soy toda oídos.

La primera vez que ocurrió fue en mayo. Trajo su libro favorito: "Miss Nelson is Missing", de James Marshall y Harry Allard. Miss Nelson is Missing - de James Marshall y Harry Allard, y procedió a leérmelo entero, palabra por palabra, pasando las páginas en el momento adecuado. Después pregunté a su padre y me enteré de que él y ella habían leído juntos el cuento tantas veces que se lo había aprendido de memoria (cualquiera que haya leído "Buenas noches, luna" a su hijo montones de veces lo entenderá, y podrá recitar el libro de memoria para siempre). Mi amiga recitaba más que leía, lo cual es un hito sensacional en su desarrollo.


Ayer trajo un libro, el de Karen Ostrove y Kimberley Scott Rise and Shine: A Challah-Day Taley, de nuevo, me lo leyó. La historia fluyó de mi lector, completa con un arco argumental y una cadencia rimada, y con un intercambio de los ingredientes para la receta del challah que aparece en la última página del libro.

Volví a consultarlo con su padre. Esta vez me dijo que sólo lo había leído con él un par de veces y que, de hecho, estaba leyendo decodificando las palabras, juntándolas para extraer significado y fluidez de una colección de garabatos en la página.

Como dijo su padre, "la lectura ha hecho oficialmente 'clic'".

En este punto, le pedí a papá que me contara algo más. Dejaré que se encargue él:

Empezó a leer con fluidez este verano. Empezó a memorizar cuentos probablemente a los 3 años: Abiyoyo fue el primero. Lo memorizaba porque el libro le daba miedo y conocer el final de la historia le proporcionaba consuelo cuando se encontraba al principio y a la mitad, así que estaba realmente motivada por la protección. Cuando nació su hermano, descubrió que primero contarle cuentos y ahora leerle era una forma de estar con él.

Creo que los libros han sido el ingrediente esencial de lo que ahora es una gran amistad que les da a ambas (y a mí) tanta alegría. Ahora los libros se han convertido en el centro de sus aficiones (como hornear challah), de su identidad (como los libros que hay por todo nuestro apartamento sobre chicas que cambian el mundo) y de su pasión (como Zoey y Sassafras, que ha hecho que quiera ser científica). Su madre y yo pasamos más tiempo limpiando libros por la casa cada noche que fregando platos y juguetes. Aunque probablemente eso signifique que nuestros hijos tienen que aprender a guardar sus propios libros, nunca perdemos de vista lo bonito que es que nuestro apartamento esté completamente sobresaturado de libros.

Hay tantas partes deslumbrantes en esta historia que apenas sé por dónde empezar. Muchos padres encontrarán estribillos familiares en el gusto de mi joven amigo por los cuentos y la lectura. Yo sí, y entre ellos, lo que más destaca es el PODER que los cuentos proporcionan a un niño: el poder de enfrentarse a miedos e incógnitas, de compartir libremente con sus seres queridos, de forjar vínculos afectivos, de formar identidades, de empatizar, de desarrollar herramientas sociales y emocionales y, sí, de construir vocabulario.

Me quedé embelesada con mi experiencia de ayer. Esta mañana he reflexionado sobre el consuelo y el apoyo que mi amiga obtiene de una historia entrañable, y el poder de compartir esa historia, es algo que quizá todos necesitemos ahora más que nunca, independientemente de nuestra edad.

Id todos a leer un cuento. Y, por favor, manteneos sanos y salvos.

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