Por Ginger Young | 10 de marzo de 2022
Era un frío día de invierno de 2011. Estaba un poco nerviosa y no sabía muy bien lo que hacía. Entré en la sala de espera del Inter-Faith Council for Social Service de Carrboro, Carolina del Norte, cargando con una estantería y bolsas de supermercado llenas de libros infantiles donados. Empecé a llenar la estantería, la primera Book Harvest , en una época en la que Book Harvest apenas tenía nombre.
En la sala de espera había un niño de unos tres años que se retorcía en el regazo de su madre y me observaba atentamente. Cuando le sonreí y le invité a acompañarme, se bajó de un salto y se dirigió hacia un libro con la portada de Clifford el Gran Perro Rojo. Sentados juntos en el suelo con las piernas cruzadas, nos perdimos en la historia.
Cuando pasamos la última página, le dije a su madre que podía llevarse ese libro y todos los que quisiera. Al instante, apiló otros siete libros, con la decisión que solo un niño pequeño puede tener.
La última vez que vi a aquel niño, se pavoneaba orgulloso junto a su madre cuando les llamaron para la cita, con los brazos rodeando resueltamente sus nuevos tesoros.
Aunque su carga era grande para alguien de su tamaño, rechazó con firmeza todas las ofertas de ayuda para llevarlas. Un hombre mayor de la sala comentó: "¡Cuidado, mundo!".
Todos rieron. Todos comprendieron.